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Las nubes de contornos violetas se arremolinaban en torno a escarpadas montañas de dura dolomía que vistas por una golondrina eran como islas dispersas en un cielo tan azul que parecía artificial. Las nubes remoloneaban eremitas buscando una cumbre que intentar abrazar mientras un herrumbroso campesino veía como avanzaba al galope entre arrozales un joven de nombre Verano cruzando el valle de Kintani. Enmarcado en este grabado colgaba del techo un gran sol de cartón naranja, amarillo y rojo.
Cabalgaba un trotón de oscura pelambrera negra, la espuma empezaba ya a aparecer en la boca de la bestia pero no tenía tiempo que perder ya que solo llegar tarde era motivo de vergüenza. Vestía una polvorienta armadura de bambú y acero. Sus armas repiqueteaban contra la silla de montar. ¿Quién es ese samurai que desafía al viento? -se preguntaban los destripaterrones del lugar al verlo pasar.
Un pequeño riachuelo de aguas saltarinas atravesaba una aldea de casas de pino y papel. Al fondo un castillo se levantaba en lo alto de una colina dentada gobernando todo el valle. Banderas de grullas, leones y dragones ondeaban mientras el sol descendía sujeto con hilos de pescar para ascender al otro lado del mundo.
-¿Quién anda ahí?- Preguntó un guardia embozado en una tosca armadura.
-Soy Natsu he sido invitado al festival de Bon, aquí traigo la acreditación.
El portón gruñió como un oso hambriento al abrirse y los gonces de la puerta chirriaron con histeria mientras iba retorciéndose. Natsu cruzó el umbral sin saludar a la guardia del castillo. Desmontó con furia del caballo y lanzó las riendas a un muchacho con cara de subnormal. Al otro lado del patio la celebración había comenzado. Farolillos de todos los colores bailaban haciendo que las sombras se alargaran, se duplicaran y en ocasiones desaparecieran. Un hombre, ya entrecano, se levantó del asiento. Un kimono azul y blanco sin florituras cubría su arrugado pellejo y las luces de los farolillos en sus ojos se reflejaban como ascuas. Era Tsume Retsu, dueño y señor del castillo. Un grito de reproche sale de sus labios hacia el que es su hijo, un delicado señorito llamado Takashi, obviamente se trata de último estallido de un desacuerdo que Natsu desconoce. El delicado heredero del castillo se levanta y se marcha mientras su viejo padre convierte las canas blancas en trasnparentes.
-¿Cuando comienza la acción en este relato? -preguntó una de las sonrientes bocas.
-A la mañana siguiente -respondió el moribundo.
-Prosigue pues -sentienció el demonio.
A la mañana siguiente unos gritos de dolor y miedo fingidos hicieron eco en el valle. Natsu salió de su habitación con el daisho en la mano. Los sirvientes del castillo corrían temerosos mientras los guardas cerraban las puertas. La noticia llegó a sus oídos: Retsu, el daimyo del castillo, había muerto asesinado en sus aposentos.