Ayer fue un día extraño. Amaneció nublado y anocheció clareado, antes de ponerse el sol apenas quedaban un puñado de nubes como manos grises intentando agarrar el sol campando por el cielo. Por la mañana fui a clase y por la tarde a la playa, el viento del Golfo de León empujaba las olas creando un caótico revoltijo que odio remontar. Chicos con tabla se agolpaban en la orilla viendo cual era el mejor sitio para empezar a remar mientras otros hacían trampa atajando entre las rocas y saltando desde el espigón.
Apenas duré un par de olas en el agua. El frío, el cansancio, la sed y en general el poco aguante de fumar y beber tanto me hicieron sentarme un banco viendo el mar rojo y el horizonte azul. Envuelto en goma negra y oliendo a parafina mojada empecé a pensar mientras Víctor aun seguía en el agua.
Y empecé a pensar en que últimamente lo único que se me da bien es el mario kart, que aunque las cosas que importan me van mas o menos bien me importa una mierda que me vayan bien. Que no se que es lo que me importa, que mi escala de valores se ha ido al traste, que aunque se donde está el norte me niego a tirar mi vieja brújula rota. Lo absurdo se vuelve fácil y lo fácil se pierde, desparece, se esfuma entre el humo. No se cuando parar y tampoco se cuando empezar. Mi vida sentimental es una tremenda cagada sin pies ni cabeza, solo un torso desnudo y un agujero entre las piernas que no soy capaz de disfrutar. Y entonces me llama y me dice cuanto me echa de menos y yo la trato mal y al día siguiente yo soy el que marca y le digo cuanto la echo de menos y ella me trata mal.
Las canciones tristes deberían de estar prohibidas por ley:
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