Llegó a casa dando tumbos por la calle. Mientras el edificio donde él vivía se hacía cada vez más y más grande. Los primeros rayos de sol acariciaban el negro manto de la noche. Las putas se recogian y los borrachos se iban a la cama.
Abrió las dos verjas de hierro y montó en el ascensor, los números rojos marcaban los pisos y en el espejo se leía un número de teléfono y se dibujaba una cara borrosa. Abrió la puerta de marmol y entró en su cubículo personal. Todos sus compañeros dormian. Se fue desnudando poco a poco según se acercaba al balcón. Dejó la ropa al fresco, los humos de la noche las habían devorado. Se paseó por las habitaciones decidiendo que comer, al final decidió y se acostó.
A la mañana siguiente, mas bien la tarde siguiente, todo le sabía mal. Tal vez la pelusa malvada que se escondía debajo de la cama junto con la zapatilla desparecida le hubieran metido una rata muerta en la boca. Se vistió como pudo a oscuras, la luz podría quemarle los ojos y la piel. Salió al salón y el chico se murió.
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